El pasado año 2020, con la irrupción en nuestras vidas de la pandemia mundial ocasionada por la COVID-19 y, como consecuencia, con la activación del Estado de Alarma y las numerosas limitaciones a las que nos vimos y seguimos viendo sometidos, ha traído consigo la necesidad de ahondar en el debate sobre nuestras viviendas y nuestros barrios. Se trata este de un debate que se produce motivado por el mayor número de horas que pasamos ahora en nuestros hogares, y que pone el foco también sobre los espacios de cercanía a los que acudimos normalmente.
El periodo de confinamiento que hemos vivido, junto con las limitaciones horarias de movilidad y los cierres territoriales que aún seguimos viviendo, ha dejado al descubierto muchos de los problemas que viene acumulando la arquitectura doméstica desde hace décadas, y que se muestran ahora en forma de escasa o nula adaptabilidad del espacio habitado a diferentes actividades y necesidades acordes a los actuales tiempos de pandemia, confinamiento y post-confinamiento.
La vivienda ha pasado de ser un espacio de refugio y de convivencia familiar al que acudíamos solo durante un periodo del día, a conformarse ahora también como espacio de trabajo, ocio y desarrollo de actividades cotidianas y no tan cotidianas por todos los miembros del hogar (recuerdo las imágenes publicadas en el año 2006 en el número 29 de la revista BASA, que ilustraba una arquitectura doméstica “con vida”. Las imágenes utilizadas en este artículo son extraídas de ese número). Todo ello ha sucedido en muy poco espacio de tiempo y, sin embargo, ahora somos conscientes de que nuestras viviendas no responden (al menos una gran mayoría) a estas nuevas necesidades.
En esta época de COVID-19, la vivienda no solo está siendo un espacio de expansión y confort, tanto individual como familiar, sino que en la mayoría de los casos está dando lugar a sensaciones de encarcelamiento y obstaculización para el desarrollo personal y emocional de las personas.
Según la OMS (Organización Mundial de la Salud), el hecho de quedarnos en los hogares durante esta pandemia, previsiblemente ha tenido consecuencias negativas tanto para la salud física como mental. Esto es debido a que en muchos casos las viviendas no responden adecuadamente a las nuevas necesidades que, de forma tan apresurada, han surgido. De repente, nuestro salón se ha tenido que adaptar como oficina, o bien se ha convertido improvisadamente en un gimnasio.
A raíz de esta cuestión, el Grupo de Investigación Sistemas Constructivos y Habitabilidad en Edificación (SCHE) está realizando un estudio sobre el confinamiento social debido a la COVID-19, la vivienda y la habitabilidad, con el fin de ahondar en la percepción que la población tiene sobre el espacio habitado, la vivienda y las condiciones de confinamiento social. Así, este estudio podrá facilitar información de la manera en que se puede contribuir a preparar las viviendas para adaptarse mejor a situaciones similares que se puedan dar en el futuro, o bien a aquellas situaciones que quedarán como consecuencia de esta pandemia, ofreciendo mayor grado de resiliencia, sin mermar las condiciones de seguridad, habitabilidad y de salud.
Algunas de las condiciones que más se han debatido y evaluado durante este periodo son las relativas al confort y a la calidad ambiental del interior de la vivienda, más concretamente al aislamiento térmico y acústico, ya que muchas viviendas carecen de un aislamiento adecuado, lo que provoca la devaluación o limitación del confort. Otra cuestión importante en estos momentos ha sido la necesidad de disponer en nuestras viviendas de espacios más amplios y también de espacios exteriores, con la capacidad de generar suficiente ventilación y luminosidad, pero también con la capacidad de hacernos sentir menos enclaustrados.
Esta pandemia ha supuesto, de algún modo, una oportunidad para analizar la capacidad de mejora del espacio doméstico, y también del propio espacio público de los barrios. Así pues, es un momento propicio para incorporar nuevos criterios que deben ser debidamente pensados, no solo de cara a la futura construcción del parque de vivienda, sino también en lo referente a mejorar lo que ya existe: la rehabilitación del parque de vivienda.
Se trata de criterios de seguridad, confort, accesibilidad, eficiencia, etc., por supuesto, pero también resulta necesario repensar las condiciones de versatilidad de los hogares. Que las soluciones de los espacios domésticos en las promociones inmobiliarias desaforadas de las pasadas décadas dieron como resultado viviendas “rígidas” es algo que ya sabemos. Cada dependencia se diseñaba con las dimensiones mínimas y con una distribución muy poco flexible. Pero también sabemos que las viviendas con una cierta antigüedad, las que vienen de nuestros abuelos, en muchos casos eran más flexibles, en gran medida porque las dimensiones de sus dependencias nos permiten estancias más diáfanas, y con ello más flexibles y versátiles.
Esta crisis, en lo relativo a la manera en la que la hemos vivido y aún seguimos viviendo en nuestros hogares, ha dibujado claramente y a nivel mundial las consecuencias de todo ello sobre nuestra salud, más allá de la consecuencia directa en la salud por el propio virus.
También se ha puesto en el centro de las políticas públicas el espacio urbano público, estudiándose la relación de la residencia con el entorno cercano con criterios de diseño urbano enfocados a mejorar la salubridad, higiene y salud de los mismos.
Destaca el interés de la accesibilidad a los servicios básicos, equipamientos y dotaciones de proximidad a una distancia media, no muy alejada del lugar de residencia. Resulta vital el fortalecimiento y dotación de los servicios públicos y privados de proximidad, a fin de generar una red fuerte de dotaciones públicas, capaz de garantizar la cobertura de necesidades y acceso a los servicios sin necesidad de generar innecesarios desplazamientos de la población ni aglomeraciones en los puntos donde se condensan estos servicios, consiguiendo regular las desigualdades urbanas.
Además, la pandemia ha fortalecido e impulsado el modelo de consumo local, sostenible y responsable, sobre todo el consumo de productos en comercios de cercanía o locales, al verse limitada la movilidad. Esta circunstancia es realmente un fenómeno necesario que se ha perseguido en las últimas décadas para contrarrestar los efectos de la descentralización de los servicios que dejaba al comercio tradicional en una situación muy frágil. Una de las estrategias puestas en marcha para apoyar el comercio local ha sido apostar por Planes Directores de Zonas Comerciales Abiertas (algunos de los cuales se han redactado en nuestro estudio) para revitalizar el tejido comercial en los cascos históricos.
A partir de esta situación, también se han producido procesos de condensación y aglomeración de personas en determinados espacios urbanos y/o naturales, como por ejemplo, el caso particular en Canarias, que ante la imposibilidad de viajar y/o hacer actividades en grupo en espacios cerrados, las áreas naturales dan la oportunidad de realizar actividades al aire libre, en familia y amigos, sin que esto, a priori, suponga un mayor peligro para la propagación del virus que las tradicionales aglomeraciones de personas, por ejemplo, en grandes superficies comerciales.
En definitiva, esta situación de pandemia mundial, desfavorable para todo el mundo, supone, por un lado, un punto de inflexión en referencia a las condiciones de habitabilidad y compatibilidad de usos y actividades en las viviendas, demostrando que deben poder adaptarse a las necesidades de las personas que las habitan, viven, usan y disfrutan, y sobre todo la necesidad de unos requerimientos mínimos para el confort como, por ejemplo, la posibilidad del acceso a la luz solar, la ventilación y el disfrute de espacios exteriores. Por otro lado, lo mismo sucede con el espacio urbano, en el que se demuestra la necesidad de repensar y rediseñar las prioridades en nuestros barrios con respecto a la nueva normalidad post-COVID-19, y las formas en las que las personas se relacionan entre ellas en un espacio público común.